Memoria
Quien iba a
pensar que formaría parte de esta triste historia, tan pública y tan anónima a
la vez.
Nos encontramos en la comisaría,
esperando instrucciones, envueltos en una tensa calma. El teléfono suena,
contesta el capitán. Su mirada acata la orden dada. Al fin y al cabo eso hace
un militar, obedecer sin cuestionar.
Los carabineros que nos
encontramos en la comisaría debemos dirigirnos al río Loncomilla. Allí nos
espera el coronel. Vamos enseguida.
La noche más oscura que nunca se
acompaña con la neblina. Juntas, serán las únicas testigos de esta cruel
realidad. En el furgón, todos callados. Solo se oye nuestra respiración. Vamos
llegando.
A la orilla del río nos está
esperando el general junto con otros milicos. Nos señalan los traidores:
-
Estos son
los que quieren cagar al país. Debemos callarlos.
A los milicos no les gusta hacer
este tipo de trabajos, dicen que no están a su altura. Para eso nos llaman.
Hacemos los trabajos sucios, pero este es el más mugriento de todos.
Un par de ellos empuja a los
cuatro hombres, les dice que caminen, que se alejen de nosotros.
-
¡Alto! Ahí no más. No queremos que se vayan, ja
ja ja.
-
Miren pa delante los huenes. ¡Me apestan sus
rostros!
Ya, listo paquitos, a deshacerse
de estos marxistas.
Nos formaron uno al lado del
otro. Sacamos nuestras armas de servicio. Nunca la había usado.
¡Fuego!
Apunté para otro lado. El capitán
se dio cuenta.
-
No te hagas el hueón, o ellos o nosotros.
Me dejó sin opción. Apunté,
presioné el gatillo… maté a un hermano.
Tan jóvenes, inofensivos,
desarmados. ¿A quién se le ocurriría que ellos arruinarían el país?
Sus cuerpos los arrojamos al
Loncomilla. Quizás fueron al mar, quizás se perdieron en otro lugar. Se fueron
como tantos otros que la dictadura quiso olvidar, pero que mi cabeza y corazón,
jamás borrarán.
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