ENCUENTRO CORDILLERANO



Qué hermosa que es la cordillera... Mucho más en esta época del año, donde tal prometida se viste para su boda, adoptando ese tono tan peculiar que al combinarlo con su piel parece formar una divinidad misma. Abajo se pueden apreciar los ríos como nacen desde donde las montañas no quieren contar; tono entre azul y verdoso que sólo sirve para realzar mucho más la belleza de aquellas vistas, las que al parecer crecen indirectamente proporcionales a la temperatura, que ya ni la calefacción puede ocultar.
A mi padre se le nota algo inquieto, su mirada tan alegre no soy capaz de encontrarla. Tiene también la boca cerrada, ni una palabra desde hace unos minutos; no soy de los que hablan mucho con su padre, pero él no es de los que pueden aguantar periodos de tiempo sin lanzar cuanto menos un comentario sin sentido al aire. ¡Pero si todo está tan bello papá!
Tomo mi agenda y abro la siguiente página en blanco. Lo que surja de mi mente va en esta nota, en mis líneas no hay sentido casi nunca, pues no lo hay tampoco en ningún otro lado. Continúo admirando mi alrededor mientras en mi mente invento una historia y la dejo ser libre en esta virgen página.
Conforme mi pieza avanza y se acerca al clímax, también lo hace el tiempo: el viento y la nieve se hacen presentes, y la carretera cada vez más resbalosa, haciendo parecer unos principiantes a los 30 años de conducción con los que carga mi padre. Decide detenerse, pues no está dentro de sus planes el dejar registro de un accidente en su intachable expediente. Pero mi historia aún no ha terminado, estamos en la mejor parte, no me puedo detener así como así. Levanto mi mano para encender la luz del auto, pues ya el Sol poco nos acompaña, pero mi padre toma mi mano en subida y con una expresión de inquietud me dice que no, y que le abrace. Qué injusto, yo no pido que me deje conducir, ni un juguete nuevo, tampoco una nueva libreta, lo único que quiero es terminar de hacer inmortal las aventuras que se están dando en mi mente. Decido que si es necesario entre palabras ciegas, y líneas entrecruzadas continuaré mi obra.
Mi padre me abraza y mi mano tiembla… pero si el final de mi historia no fue tan triste, no lo entiendo. Morir en la nieve fue un honor para mi protagonista. Pero mi padre llora y ahora que veo su rostro lo noto macilento. ¿Por qué todos son tan raros?, yo sólo pido poder dormir, aquí junto con estas hermosas mujeres. Pero mi tiritar me lo impide… ¿por qué mi padre no le sube al aire acondicionado? Le reclamo, pero no hay respuesta. Insisto tocando sus manos que me rodean, pero están más frías que las mías. ¡Dios!, como aprietan sus brazos… nunca aprendió a abrazar tiernamente, siempre con su toque de macho rudo lanzando a un abismo las maravillas de su construcción… ¿Por qué hay nieve dentro del auto?, ¿por qué mi padre no me atiende?, ¿por qué mis manos tampoco? Pero ahí siguen, observando las montañas, tan gloriosas, tantos secretos escondidos tras sus camisetas blancas… Pero por los cristales ya no se puede ver nada. Solo se distinguen unas capas que poco a poco nos van abrazando… ¡Pero que egoísta que he sido, si me están invitando a dormir!, sería el ser humano más mal educado si rechazo así a tan buenos anfitriones, que como una cariñosa madre nos recubre cada vez más entre sus brazos.
La nieve no nos tapa por completo. Dejó un pequeño hueco para poder observarnos. Yo como agradecimiento por todas las molestias que se ha tomado apoyo mi libreta contra ese haz de luz, y le invito a leer el último trozo de mi alma.

Feliz

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