Dulce
realidad
Una vez que terminó su actuación bajó del escenario y se
dirigió a las graderías para ver lo que restaba del show. A lo lejos podía ver a
una muchacha un tanto joven, de un cabello largo y castaño con unos ojos color
canela, que no le quitaba la vista de encima, a la vez que charlaba con otras
chicas que, al parecer, la acompañaban.
Ya cansado y aburrido de tanto alboroto entre el ruido y las
luces, tomó su bolso y emprendió camino fuera del recinto, que ya suficiente
había visto y aportado como para seguir desgastándose sin motivo.
Incluso la entrada estaba repleta de personas que se
empujaban y se ponían en cuclillas para ver el “espectáculo” que ocurría en el
interior, por lo que tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir de ahí sin
perder del todo los nervios, aunque ya la cabeza le dolía bastante. Tras
recorrer unos cuantos metros lejos de aquel hacinamiento de personas, sintió
una mano que se posó en su hombro, deteniendo su andar. Al darse la vuelta pudo
apreciar nuevamente a la chica que hace rato no dejaba de mirarle, o cuanto
menos así parecía. Esta vez logró ver su rostro con más detenimiento, con una
blanca piel que era estúpidamente cubierta con maquillaje, unos labios finos
rasgados con un labial rosa, y sus ojos sombreados, aunque con algo de color alrededor,
como si realmente esa mirada no bastase para no dejar de apreciar esos ojos, los
parecían tener pecas de diferentes colores en su interior.
- Hola, quería felicitarte por lo que hiciste ahí dentro,
fue bastante impresionante. Por lo general a los hombres no les motivan ese
tipo de cosas y menos logran destacarse, pero tú…buah, de verdad que lo hiciste
muy bien.
- Pues gracias, supongo.
- ¿Sabí qué?, ando con un grupo de amigas, y nos dedicamos a
hacer lo mismo; con instructora y todo. Practicamos en una casa roja que tiene
como una atalaya en el centro y una zona de juegos afuera. Está camino al bosque
del Oeste, no sé si la cachai.
- ¿La que tiene una puerta de mármol enorme y 2 canchas de
tenis al lado?
- ¡Sí! Esa es.
- Pero eso más que una casa parece una mezcla entre
auditorio y mansión.
- Bueno sí, es un tanto más grande que el común de casas (Dijo
entre unas leves risas). Aunque… a lo que quiero llegar es que creo que deberías
unírtenos algún día.
- Te agradezco la oferta y todo, pero no tengo como pagar
algo como eso.
- Ah, pero si es por eso no te preocupí’, no tendríai que
pagar absolutamente nada. Seríai como una especie de invitado frecuente. Además
que nos vendría bien una cara masculina de vez en cuando.
- Mmh… es que es comp-
Ella le interrumpió como si se esperara lo que iba a decir.
- Si te sientes incómodo por rodearte de la nada con un
grupo de extrañas, de verdad créeme que lo entiendo, es algo completamente
normal. Así que si te hace sentir mejor puedes ir acompañado de algunos amigos
para que no sea tan incómodo. Solo que si vas con tu polola intenta controlar
las muestras de afecto.
Aquello le provoca una risa suave y le trae de vuelta a la
misma situación en la que se ha encontrado tantas veces.
- Lamento decepcionarte pero… no tengo nada de eso.
Pudo apreciar el rostro con la expresión tan típica: el
desconcierto combinado con que creen que se trata de una broma.
- ¿Es enserio? , ¿Ni un amigo ni… nada?
- ¿Qué puedo decir? Mi lista de relaciones interpersonales
es un tanto corta la verda’.
- Vaya… (Se queda un momento en silencio y mira al suelo,
pero al segundo después se exalta) ¡Pues en ese caso no hay excusa!, tienes que
ir. (Extiende la mano en forma de saludo) Soy Tamara, una amiga en potencia.
Entonces él comenzó a reír mientras susurraba, “dulce
realidad”
- ¿Y eso a qué viene? (dijo ella con una expresión de
desconcierto que se formó en su rostro).
Sin dejar de reír lanzó su bolso a un lado y con la mano
izquierda sujetó fuertemente la muñeca de la chica, mientras que su mano derecha
ya estaba empuñanada y viajando con gran potencia al rostro de la joven. Pero al
momento de hacer contacto al raro pasó, y su mano la atravesó, como si le
hubiera golpeado al aire. Momentos después la imagen de quien se presentó como
Tamara comenzó a desvanecerse, siendo lo último distinguible una mirada triste
que se perdió en la nada. Todo esto pareció no sorprenderle del todo, y al
verse en esa situación solo respondieron sus labios para decir “dulce realidad”.
Comenzó a correr hacia el edificio de donde había venido. Un
tanto agitado miró donde antes se encontraba el grupo de muchachas, pero lo
único que había ahí era Tamara en los brazos de otro chico, envolviendo sus
dedos con los de él y ambos completamente perdidos en sus miradas entrelazadas.
Camina pausadamente hacia una pared, y ahora, casi como
burlándose de sí mismo, vocifera una vez
más, “dulce realidad”. Al mirar nuevamente a su alrededor ve como todos
comienzan a desvanecerse, junto con el ruido, las luces y toda la decoración
del lugar. Entonces se encontró en un lugar oscuro, únicamente iluminado por la
luz que dejaban entrar las ventanas de un cielo gris, siendo el único ruido
ahora, sus pasos y la lluvia azotando todo afuera, y en completa soledad.
Su actual situación ya no le parecía muy graciosa, sino más
bien, inquietante. A lo lejos en el patio vio su bolso, y ahora movido con más fervientes
deseos de escapar de ese lugar comenzó a correr hacia la salida, pero de la
nada las puertas, que estaban abiertas, se le cerraron en la cara, dándole un
duro golpe que le hizo caer al suelo.
Al levantarse, un tanto aturdido, se sobó la cabeza, y al
observar su mano logró distinguir, con la vaga luz que había, sangre fresca, al
parecer producto del choque. Mas cuán increíble fue su espanto al mirar los
cristales de la puerta, que retrocedió aterrorizado. En la zona del impacto se
había dibujado con sangre, el rosto de Tamara.
Temblando se acercó a la puerta, e intentó usar la perilla;
cada intento fue inútil. “vamos, vamos…” se repetía mientras pateaba con
desesperación el cristal. Entonces le susurraron al oído “puedo ayudarte”, “sé
que no eres así”. Asustado al mirar hacia atrás ve a Tamara, nuevamente
ofreciéndole la mano. Pero atrás, en pleno escenario, apareció una gran
pantalla, donde pudo verla con el mismo chico de antes, solo que ahora en
diferentes situaciones y momentos en los que se expresaban su amor. Aquellas
imágenes pasaban cada vez más y más rápido, y cada sonrisa, cada pequeña mirada,
cada caricia, cada pequeño contacto entre sus labios le hervían la sangre. En
las graderías comenzaron a aparecer parejas por doquier y cada una parecía reírse
de él. Todo el conjunto de eventos lo llevaron al borde del descontrol,
mientras ella seguía con su mano estirada, con una calma inexplicable y una
sonrisa maravillosa. A su lado apareció el chico de todas las fotos, “Ay viejo…
ya supéralo, ¿no?” fueron las palabras que salieron de su boca. Entonces, se
liberó al demonio con el que cargaba dentro y comenzó a azotarlo con todas sus
fuerzas contra la puerta del recinto, mutilando su rostro. “¡Para, detente por
favor!” exclamaba Tamara en un tono de agonía. Él, cegado por la ira, la tomó a
ella y realizó lo mismo, mientras sentía como las risas no hacían más que
aumentar. Una vez el cristal se había roto, salió desesperado por el hueco,
cortándose en el proceso. Compungido por los celos y con el cuerpo bañado en
sangre se arrastró hacia su bolso por entre las pozas de agua y barro, mientras
que cada gota de la intensa lluvia se sentía como una flecha que se incrustaba en
su carne. Cuando lo tuvo en sus manos lo único que hizo fue abrazarse a él y
comenzar a llorar. “Yo- yo no quería… e- él me provocó, y ella…fue un error, lo
lamento tanto…”.
Cuando volvió a abrir sus ojos se vio nuevamente dentro de
aquel sitio, abrazado al cadáver de Tamara. Observó con desconcierto todo lo
que le rodeaba, el lugar nuevamente oscuro y solitario, hasta que un foco se
encendió alumbrándole directamente a él, que estaba en el escenario. De fondo
comenzó a sonar una risa, era suave y delicada, era la de Tamara. En las
graderías volvieron a aparecer parejas, pero esta vez, todas y cada una de
ellas era Tamara con el mismo maldito diablo que osaba a interponerse. Unos
reían, otros discutían, algunos lloraban juntos, otros incluso tenían sexo. La
música de fondo, la plena combinación de risas y gemidos, mientras que él sólo
tenía el cadáver de Tamara. Le acarició suavemente el rostro, que se encontraba
húmedo por las lágrimas que le habían caído, y luego la abrazó, completamente decidido
a no soltarla. Esta vez ya no luchó más, y simplemente se limitó a reír al
unísono del espectáculo, mientras dijo “Ay… dulce realidad” y echó a reír con
más intensidad. Todo a su alrededor se desvanecía de a poco excepto sus
carcajadas que no hacían más que crecer y crecer. “Dulce realidad, dulce
realidad, dulce realidad...” es lo que repetía una y otra vez entre las risas, aun
cuando todo su entorno se pintó de paredes blancas, su abrazo de camisa de
fuerza, y aquellas parejas de personas con batas blancas que le miraban por una
rendija.
-FITN
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